Época: demo-soc XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Los no privilegiados

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

En su origen medieval, el término burgués designaba a los habitantes de los burgos o ciudades y todavía en el siglo XVIII se encontraban múltiples huellas de este significado. Así, por ejemplo, el "derecho de burguesía" -en las ciudades libres alemanas, en las suizas, en las de las Provincias Unidas- confería la plena condición de vecino y facultaba para el disfrute de prerrogativas y, en su caso, privilegios particulares. Ahora bien, paulatinamente se fue extendiendo otro significado del término, referido a un grupo social que se ocupaba en ciertas actividades socio-económicas, es decir, el significado que hoy mantiene. Podemos definir la burguesía dieciochesca, en un sentido amplio, como una fracción del tercer Estado que, disfrutando de unos recursos económicos, al menos, saneados -la imprecisión es inevitable-, ejercía actividades mercantiles, financieras, industriales- en el más amplio sentido de la palabra-, liberales -destacando abogados y hombres de leyes- o del funcionariado o que, simplemente, vivía de las rentas de sus inversiones -en la tierra o en cualquier tipo de empresa o compañía- o administraba las de otros. El trabajo y el esfuerzo personal, ya sea manual o intelectual, caracterizan en buena medida la actividad burguesa y están o estuvieron en la base de su patrimonio económico; un patrimonio, por lo tanto, que se ha adquirido o ganado -frente a la noción de patrimonio concedido y heredado, predominante en la mentalidad tradicional nobiliaria-, que se administra con ánimo de lucro -es más, de obtener el máximo beneficio- y que se concibe esencialmente, recuerda P. Léon, como dinámico, esto es, "basado en una constante y creciente acumulación".
Grupo complejo donde los haya, sus límites son de difícil delineación. Su frontera inferior es forzosamente imprecisa y permeable, alcanzando, sin duda, a ciertos artesanos independientes, por ejemplo, o a pequeños comerciantes y tenderos. Tampoco el límite superior estuvo siempre claro. Podemos verlo con el ejemplo de los financieros franceses. Surgidos a la sombra del Estado moderno, los financieros se ocupaban, fundamentalmente, del dinero del Estado (préstamos, recaudación de impuestos, avituallamiento de tropas...) y estuvieron presentes en toda Europa occidental; sólo en Inglaterra y las Provincias Unidas el desarrollo de unas finanzas estatales más centralizadas hizo que pasaran paulatinamente a un segundo plano. En el caso francés, su reconocimiento social fue tardío (en el mismo siglo XVIII), pero su ascenso, brillante. Los más importantes constituían una asociación, la Ferme Générale (Contrata General), para participar en el arrendamiento de determinados impuestos -sobre la sal, tabaco y aduaneros, entre otros-, en la que, como ya hemos dicho, no faltaban aristócratas. Algunos de ellos fueron ennoblecidos y otros establecieron alianzas familiares con cualificados miembros de la nobleza. Su estilo de vida era plenamente nobiliario e incluso disfrutaban de algunos privilegios -entre ellos, el de llevar armas-, similares a los de la nobleza. Terminó configurándose, pues, como un grupo a medio camino entre la burguesía y la nobleza propiamente dichas y al que algunos autores no dudan en incluir en la última.

Entre ambos extremos, el grueso del grupo cubría una amplia gama de actividades que no creemos necesario enumerar detalladamente. Señalaremos, simplemente, cómo este siglo consagró el triunfo de la figura más tradicional de la burguesía, la del mercader o gran comerciante; vio desarrollarse otras, como la de banquero e industrial, destinadas a gozar de un brillante porvenir (pero, recordemos, ningún contemporáneo habría osado situarlas en el mismo plano); y asistió, finalmente, al fortalecimiento, numérico y en términos de influencia y estima social, de las capas medias urbanas.

Los banqueros eran hombres no relacionados, en principio, con las finanzas del Estado, sino dedicados a la inversión de su propio dinero y del de sus clientes, y que simultaneaban sus inversiones en los más diversos ámbitos, económicos y geográficos, nacionales e internacionales, multiplicando, pues, las posibilidades de ganancias y tratando de minimizar los riesgos. La diversificación de inversiones, por otra parte, se hizo habitual en una minoría que, procedente del mundo del gran comercio, estaba cada vez mejor formada y preparada técnicamente, con un bagaje de conocimientos adquiridos no en la universidad, sino en la práctica cotidiana del negocio, de la mano del padre u otro familiar, y en viajes al extranjero, en visitas a las propias sucursales o a otros comerciantes vinculados económica y personalmente (las redes de tipo clientelar o similares vuelven a aparecer aquí) a la familia. Eran los denominados en Francia negociantes y a los que G. Chaussinand-Nogaret califica como mercaderes-banqueros-empresarios-armadores-financieros" para, explícitamente, señalar su amplia procedencia, subrayar sus interrelaciones y mostrar cómo, en definitiva, prácticamente ningún campo de la actividad económica quedaba fuera de su alcance. En cuanto al manufacturero o industrial, este tipo de empresario de nuevo cuño se irá configurando a finales del siglo, principalmente en Inglaterra. Procedentes mayoritariamente de las capas medias del campesinado, del artesanado o del comercio (contando a veces con una sólida base económica), mucho más raramente de las capas bajas (nunca de entre los más pobres), protagonizaron en algunas ocasiones, más llamativas por minoritarias, ascensos rápidos, aunque la gran mayoría continuaría durante toda su vida como pequeños empresarios, es decir, manteniendo o, a lo sumo, mejorando levemente su condición social. Pero esta figura, en su pleno desarrollo, será más propia del siglo XIX que del XVIII, por más que ahora algunos de sus representantes (minoritarios, insistimos) dieran el salto a las elites urbanas.

La burguesía no estuvo ausente del mundo rural -se habla incluso de una burguesía agraria, integrada por grandes agricultores (propietarios o arrendatarios) que, con el empleo masivo de mano de obra asalariada, producían para el mercado (esa figura tan querida por los fisiócratas)-, pero fue, sobre todo, en las ciudades y en Europa occidental donde alcanzó su máximo desarrollo, aunque su presencia y significación numérica, económica y social fuera distinta según los países. Al este del Elba la debilidad burguesa era patente, toda vez que en las grandes explotaciones señoriales la alta nobleza detentaba, como ya hemos señalado, parte de las actividades consideradas en Occidente propias de la burguesía. Pese a todo, en países como Rusia hubo un esfuerzo por parte de sus soberanos por tratar de impulsar su desarrollo y, en cualquier caso, el crecimiento experimentado durante este siglo por gran parte de las ciudades de la Europa central y oriental hubo de estar vinculado en mayor o menor medida al desarrollo de la burguesía comercial.

En Europa occidental había todavía países, como España, en que el peso social de la burguesía no dejó de ser relativo, estando compuesta en su mayoría por profesiones liberales y funcionarios, y limitándose los principales focos de la burguesía económica -mercantil más que industrial- a las ciudades portuarias -algunas de las cuales, como Cádiz, llegaron a convertirse en interesantes centros cosmopolitas- y a Madrid, y siendo Cataluña el único polo notable de crecimiento de una burguesía manufacturera aún incapaz, sin embargo, de competir con los comerciantes. Pero en las Provincias Unidas o en las grandes ciudades comerciales alemanas portuarias, como Hamburgo, o del interior, como Leipzig o Francfort la larga tradición de predominio burgués continuó e incluso se reforzó en este siglo y su elite, evolucionada a un patriciado exclusivista y defensor de sus privilegios, controlaba celosamente el poder -en muchas de las ciudades alemanas- o lo compartía con una nobleza que no podía hacerle sombra -en las Provincias Unidas-. Excluyendo este país, fueron Francia e Inglaterra los que contaron con las burguesías más desarrolladas del Continente, en íntima relación con su evolución económica. En Inglaterra los grupos burgueses, fortalecidos ya en el siglo XVII, se encontraban integrados en el régimen desde la revolución de 1688; la permeabilidad social en la isla era, como ya hemos señalado, más un tópico que una realidad, pero, al menos, se puede decir que, aunque a cierta distancia, la burguesía caminaba socialmente junto a la aristocracia y la gentry y dejaba oír su voz en la Cámara de los Comunes (aunque las últimas cortapisas al pleno ejercicio de sus derechos políticos no desaparecieron hasta 1832). Y las capas medias urbanas ya podían ser consideradas como la auténtica espina dorsal de la sociedad inglesa, algo todavía lejano en el Continente, por más que su fuerza fuera ya grande en algunas de las ciudades más importantes. En Francia las posibilidades de plena integración socio-política eran más limitadas que en Inglaterra, y si exceptuamos el caso de algunas ciudades, donde su posición preeminente no era discutida, pasaban casi necesariamente por la compra de cargos ennoblecedores o la alianza matrimonial con la nobleza.

En correspondencia con la heterogeneidad del grupo, los niveles de sus fortunas eran muy variados. Allí donde la burguesía contaba con una sólida tradición de predominio, sus patrimonios solían ser los más importantes del conjunto social. Por ejemplo, en el Hamburgo de finales del siglo la suma de las grandes fortunas burguesas equivalía a las reservas de Estado de Prusia (P. E. Schramm, citado por J. Meyer). No era esto, sin embargo, lo más frecuente en Europa, donde si una minoría de negociantes, mercaderes, armadores, financieros... disfrutaba de rentas elevadísimas, eran más numerosos los burgueses con fortunas de tipo medio. Y en conjunto, sus patrimonios se situaban aún por debajo de los nobiliarios, sobre todo si comparamos las cúspides de ambos grupos.

Su nivel de vida era acorde a su saneada situación económica. Residencias opulentas lujosamente amuebladas y decoradas, abundancia de servicio doméstico, mesas con viandas de calidad y buenos vinos, joyas y telas preciosas en los vestidos, preceptores para los hijos, que también hacían su grand tour de formación..., es decir, la tendencia a la equiparación con la nobleza era frecuente entre la alta burguesía. Pero, en líneas generales, era la decencia y la comodidad, el buen gusto con algún detalle de lujo, la abundancia sin derroche, en definitiva, el disfrute de la vida con mesura, discreción y equilibrio lo que solía caracterizar la vida burguesa, en la que el consumo ejercía un papel cada vez más importante. Fue en las ciudades con capas medias (burguesas, en buena medida) más nutridas, y particularmente en Londres y París, donde mayor desarrollo experimentaron tiendas y comercios variados -Oxford Street, concretamente, destacaba ya en este sentido-; ir de compras se convirtió en una actividad social de buen tono y la moda tuvo una influencia creciente en la vida social y económica. Los entretenimientos ocupaban un lugar destacado en la vida burguesa, desde los más simples y gratuitos -el paseo por las calles o los alrededores de la ciudad, por ejemplo- hasta los que entrañaban desembolso económico, de cierta importancia, como pudieran ser las estancias más o menos prolongadas en las estaciones termales de moda, o de escasa significación, como la frecuentación de los cafés que, desde que aparecieron en el último tercio del siglo anterior, habían proliferado en las ciudades más importantes, convirtiéndose en lugares de cita obligados para la "buena sociedad" de la época y para la que no lo era tanto, que todos cabían, por ejemplo, en los 700 u 800 cafés de París-, constituyendo, especialmente en Londres, un excelente foro de discusión y difusión de ideas y hasta propiciando la creación de sociedades científicas. La explotación comercial del ocio iba, pues, asentándose y alcanzando cada vez mayor entidad económica. Y se hizo extensiva también, entre otras manifestaciones, a la música. La burguesía, junto con la nobleza, constituía lo más granado y numeroso de los asistentes a la ópera y a los conciertos públicos que, junto con el más tradicional teatro, iban cobrando paulatinamente carta de naturaleza en múltiples ciudades -en algún caso volvemos a encontrarnos en sus orígenes con los cafés: el Collegium musicum de Leipzig, dirigido durante cierto tiempo por J. S. Bach, actuaba una o dos noches por semana en el café de Zimmermann-. Y, profesionales aparte, fueron burgueses los mejores clientes de los fabricantes de instrumentos de música y los principales suscriptores de las publicaciones periódicas musicales que, como El maestro de música fiel (1728-1729), de G. P. Telemann, o las Colecciones para conocedores y aficionados (1779-1787) de su ahijado y sucesor en Hamburgo, C. P. E. Bach (dos ejemplos entre cientos), abundaron en casi todos los países. Definitivamente, la música había dejado de ser patrimonio casi exclusivo de príncipes y aristócratas.

Y, al menos algunos sectores, con los profesionales liberales a la cabeza, sintieron gran preocupación por la cultura. Buena parte de los ilustrados, intelectuales y científicos de la época fueron de extracción burguesa y, desde luego, fueron miembros de este grupo, al menos en las últimas décadas del siglo, los principales destinatarios de su producción y los suscriptores de la prensa que tan gran desarrollo conoció en el Setecientos, de la misma forma que participaban, junto a miembros de la nobleza, en salones, clubs y sociedades patrióticas y literarias, algunas de las cuales contaban con nutridas bibliotecas y en cuyas salas de lectura y conversación, muy frecuentadas, se difundía y discutía todo tipo de noticias e ideas.

Señalábamos antes cómo los planteamientos, valores e ideales burgueses fueron impregnando paulatinamente la sociedad, enfrentándose y tendiendo a sustituir a los nobiliarios, que habían dominado sin discusión hasta entonces. Esto, unido a su triunfo político posterior, y especialmente a lo ocurrido durante la Revolución Francesa, puede evocar la idea de una burguesía con fuerte conciencia de clase en pugna con la nobleza por arrebatarle su puesto dirigente en la sociedad. Lo que no es, por lo general, aplicable sin más a la época que estudiamos. La mayor parte de los burgueses del siglo XVIII no concebía otro sistema social que el conocido y del que formaba parte y sólo aspiraba a conseguir reconocimiento y, a ser posible, ennoblecimiento. Quien pudo, compró cargos o enlazó matrimonialmente con la nobleza. Y, de forma más general, los burgueses invertían una parte de sus beneficios en tierras, tanto por paliar los inevitables riesgos emparejados a la práctica del comercio, cuanto por el superior prestigio social que aún conservaba dicha inversión, llegando incluso a abandonar la actividad que les proporcionó su primitiva riqueza -si bien en menor medida que en el pasado-. Hasta en la sociedad inglesa -donde, pese a todo, la sociedad era más fluida y las oportunidades de la burguesía mayores que en el Continente- era el modo de vida noble, afirma, entre otros, R. Marx, el modelo que todos, comerciantes, industriales o coloniales afortunados trataban de imitar, aportando incluso detalles extravagantes. El ejemplo de Richard Arkwright, que tanto influyó en el desarrollo de la industria algodonera, consiguiendo ser admitido en la gentry al final de su vida y exhibiéndose en público rodeado de criados a caballo uniformados con lujosas libreas, habla bien a las claras de esta actitud, que, por cierto, no dejaba de suscitar una mezcla de desprecio y envidia entre las elites de siempre (A. Parreaux, cit. por J. P. Poussou). Y no estará de más aludir a que también en Inglaterra, muy a finales del siglo, empezó a observarse entre la nobleza tradicional una mayor valoración del ocio como actitud vital para distinguirse de estos recién llegados cuyo triunfo se basaba en la laboriosidad. En cuanto a Francia, no nos corresponde tratar aquí el cúmulo de causas que confluyeron en los acontecimientos de 1789. Recordaremos, simplemente, un par de cuestiones. La primera, que, económicamente hablando, la mayoría de la burguesía francesa no se situaba en los sectores del futuro (J. Meyer); una buena parte de ella, compuesta por arrendatarios o titulares de derechos señoriales, tenía ligado su destino económico a la propia estructura social contra la que supuestamente habrían luchado. En segundo lugar, el importante papel que intelectuales y profesionales liberales (abogados y juristas, sobre todo) desempeñaron en el proceso de crítica a la sociedad estamental, de difusión de la conciencia de clase burguesa y de ataque práctico a aquélla: constituían, por ejemplo, el 85 por 100 de los representantes del Tercer Estado que se juramentó en el Jeu de Pomme y dominaban también en la Asamblea Nacional que llevó a cabo la revolución jurídica burguesa.